martes, 17 de marzo de 2009

Préstamos

En una de mis escapadas de la realidad, recordé lo que sentimos cuando perdemos a un ser querido. Esa sensación de "qué importa quién tuvo la culpa, si ya no está. Qué me importa que metan a la cárcel al que no respetó la luz roja, si ya no hay arreglo".
E inevitablemente empezamos a recordar que la vida es un préstamo, y de a poco aceptamos que es algo que sucederá en algún momento,que no podemos hacer nada para cambiar esa situación y que solo nos resta disfrutar al máximo la compañía de nuestras personas más queridas.

Es que, realmente, todo es un préstamo con fecha de caducidad. No poseemos nada, ni siquiera el dinero ganado con el sudor de nuestra frente. Cuando compramos el periódico, en realidad estamos cambiando un préstamo por otro, que ilusoriamente llamamos "bien".

¿Es esta imposibilidad de realmente poseer algo lo que nos ha convertido en personas obsesionadas con tener? Con tener bienes, dinero, familia, amor.

Y, a final de cuentas, es esa obsesión lo que nos mueve al crecimiento económico, a la lucha por poder, a los celos exagerados, a las frustraciones.... debo seguir?

Sería, creo, mucho más agradable vivir y convivir si hiciéramos las cosas con la voluntad y el deseo último de divertirnos, pasar ratos agradables, disfrutar, sacarle provecho al tiempo prestado, buscar la riqueza de cada momento y situación.

Al menos para mí, esa tarea es casi ilusoria. Me es mucho más fácil caer en el juego de la obsesión que dedicarme a recibir experiencias y momentos. El papel y las palabras toleran muchas ideas positivas y optimistas, pero qué difícil resulta siquiera intentar llevarlas a la práctica.

Bajo esa lógica, simplemente vale más la pena intentarlo que seguir cayendo en el mismo vicio. La vida parece tan interminable cuando caemos en la rutina destructiva, que francamente, creo que estoy desaprovechando el préstamo que me dio el misterioso genio que está detrás de toda esta arquitectura.

Tanto viaje...

Fui a buscar a mi mamá al aeropuerto... y en el camino miraba la cantidad de autos que van para todos lados. Pensé en los aviones que llevan a los turistas a conocer el mundo, a los empresarios a hacer negocios, a las superestrellas a buscar privacidad...
En cuánto se demoraba una persona hace dos mil años en llegar a la ciudad vecina a saludar a un familiar o llevar noticias.
Tanto que viajamos y no llegamos a ninguna parte. La humanidad está exactamente en el mismo lugar.

Somos los mismos hombres arcaicos, esta vez con aviones y teléfonos celulares. Recorremos el mundo y la historia, y no hemos aprendido nada. Seguimos igualmente desorientados, desdichados, buscando un sentido que jamás se digna a aparecer.

Somos iguales... aunque la mona se vista de seda, mona se queda.